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Materia, espíritu
y
Espíritu de Dios
SANTIAGO GUERRA
l. Ekumene horizontal y ekumene vertical
Joaquín de Fiore fue un abad cisterciense que hacia 1190 fundó un monasterio en la región italiana de Calabria. Por esas fechas el Papado está a punto de llegar al ,cenit de su esplendor e influencia con la figura de Inocencio 111. Florecen la teología escolástica y la piedad mística, proliferan las órdenes religiosas y la religiosidad popular va in crescendo. Pero al mismo tiempo pululan cada vez más los movimientos contestatarios que la Igle-sia jerárquica, ayudada del poder civil, va reprimiendo cada vez con más dureza, hasta que en 1231 queda establecida oficial-mente la Inquisición. Parece asegurada la unidad de la fe por la fuerza impositiva, el omnipotente influjo y el perfecto funcio-namiento de los mecanismos de la Iglesia oficial.
y por esas fechas gloriosas de la Iglesia Jerárquica, concreta-mente en la mañana de Pentecostés del año 1190, Joaquín de Fiore tiene (o cree tener) una potente iluminación divina que le muestra con absoluta claridad la historia del mundo dividida en tres Eras: la Era del Padre, la Era del Hijo y la Era del Espí-ritu Santo. La Era del Padre correspondía al Antiguo Testamen-to, y estaba presidida por la fuerza de la Ley, la del Hijo corría desde la aparición de Cristo y estaba caracterizada por la gracia; la Era del Espíritu, llamada también por él del "Evangelio Eter-no", era inminente y sería la Era del amor, y de la libertad, de
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la comunidad de los amigos y de la plenitud del conocimiento: una "Ecclesia Spiritualis" estaba llamando a la puerta y ocupa-ría el puesto que hasta entonces había llenado la Iglesia jerárqui-ca y sacramental: ésta no dejaría de existir, pero no sería ante todo una Iglesia de sacerdotes y de sacramentos, sino una comu-nidad cristiana dirigida por monjes; en ella tendría menos im-portancia la ciencia teológica que la acción del Espíritu Santo y de su iluminación.
No concibe Joaquín de Fiore las tres Eras como contrarias o separadas, sino como una unidad dináInica y evolutiva, como uni-Trinidad que se va haciendo presente progresivamente bajo los distintos caracteres arriba señalados, caminando siempre ha-cia una ma,yor libertad espiritual y un mayor sentido de comu-nidad en el amor.
Esta "Ecclesia spiritualis" estará presidida, según el abad calabrés, por un "Papa spiritualis", cuya descripción y concepto no detalla. Y en esta era del Espíritu la "inteligencia espiritual" de la fe se impondrá a la "ratio humana" y a la "disputatio ver-borum" 1.
La "era del Espíritu", que no llegó cuando el de Fiore es-peraba, parece quererse hacer presente ahora. Esta irrupción del Espíritu está llevando, entre otras cosas a una ekumene
horizon-tal que acerca en el interior de la Iglesia cristiana a los que
pro-fesan una común fe en Jesús, rompiendo muros hasta ahora inex-pugnables y suscitando un diálogo en el que es preciso dar y re-cibir. Pero, además de esaekumene horizontal, está naciendo una ekumene vertical que abraza a todos aquellos que, más allá de una deterIninada confesión religiosa, se sienten unidos por la búsqueda de un nuevo horizonte cultural en el que desaparezcan las contradicciones inherentes a la milenaria época presidida por la "mente racional", cuyos espléndidos frutos en pasados siglos no justifican su hegemonía en la futura época de la humanidad que ella no es capaz de alumbrar. La ekumene vertical une a los hombres de los cinco continentes que luchan por lo que de forma general podemos llamar la "nueva conciencia", la "con-ciencia espiritual".
1 Para un panorama actual de los estudios sobre Joaquín de Fiore, cfr. A. MÁR'
QUEZ, Estado actual de los estudios joaquinistas, en La Ciudad de Dios, 183 (1970), 525·535; cfr. también M. SENDRAIL, Joachim de Fiore, le messager des dernieres temps, en Bulletin de l'Association Guillaume Budé, 1970, 407·424; U. VON MALGOLDT, Ursprung und Gegenwart, 2 vol., Stuttgart, 1949 y 1953, 541 Y 503 pp. Cfr. también H. M. ENOMIYA·LASALLE, ¿A dónde va el hombre?, Santander, 1981, 141 pp.
MATERIA, ESPÍRITU Y ESPÍRITU DE DIOS 153
n.
El "Espíritu" en la historia de la salvación y en la historia de la concienciaEs bien sabido que la visión de la Biblia como historia de la salvación, puesta de moda por Oscar Cullmann, ha querido recuperar la noción horizontal del tiempo como lo específico de su mensaje, y consiguientemente la realización de la salvación por Dios a través de hechos históricos sucesivos que culminan en el hecho de Jesús. Aunque diversamente matizada por los distintos autores, esta visión fundamental del carácter salvador mediador de la historia ha sido generalmente aceptada.
En la misma Biblia, y fundándose ante todo en la teología de San Lucas, se pretenden ver claramente señalados los tres tiempos de esa historia: el tiempo anterior a Jesús, el tiempo de Jesús y el tiempo de la Iglesia; este último, como abiertamente enseña el autor del tercer evangelio y de los Hechos, es el tiem-po del Espíritu de Jesús, enviado del Padre .Y alma de la Iglesia.
Junto a esta que podemos y debemos llamar historia "obje-tiva" de la salvación dentro de unas coordenadas espacio-tem-porales, existe también una historia de la conciencia: un
desarro-llo progresivo del hombre como conciencia reflexiva 2. Cada eta-pa de este desarrollo se distingue por una peculiar relación entre el hombre yel mundo, o dicho de otra forma: entre la realidad objetiva y el sujeto. Cada tipo de relación es consecuencia de un determinado tipo de conciencia, y éste a su vez se encuadra en un determinado tipo de cultura.
Podemos preguntarnos: ¿qué relación existe entre el Espíritu como realidad de la historia de la salvación y el Espíritu en cuan-to realidad en la hiscuan-toria de la conciencia? La primera acentúa el carácter objetivo del Espíritu de Dios manifestado al mundo
en y a través de la persona histórica de Jesús; por tanto, es un suceso ligado indisolublemente a éste y a un momento determi-nado de la historia del mundo; la segunda habla del espíritu como
una dimensión del hombre mismo, como una realidad universal
humana y en este sentido atemporal y ahistórica en cuanto no ligada a ningún acontecimiento histórico (aunque sí al
aconteci-2 Para una historia de la conciencia es insustituible la obra de J. GEBSER, Ursprung und Gegenwart, 2 vols., Stuttgart, 1949 y 1953, 541 Y 503 pp. Cfr. tam-bién H. M. ENOMIYA-LASALLE, ¿A dónde va el hombre?, Santander, 1981, 141 pp.
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miento de la aparición del hombre mismo); sólo existe una his-toria de la manifestación y autorrealización progresiva de dicho espíritu. ¿Qué relación, volvemos a preguntar, existe entre los dos?
Aún aceptando la distinción ontológica entre ambos, como es el caso de los que profesamos la fe en un Dios de carácter personal y trascendente al universo, se presenta la cuestión de si ambas historias ,coinciden. Parece que no. Mientras la "era del Espíritu" en la línea de la historia de la salvación tuvo lugar hace veinte siglos, en la historia de la conciencia parece que aún no se ha hecho presente, aunque se anuncia como próxima. Si bien en individuos particulares y en determinados sistemas doc-trinales (como, por ejemplo, las corrientes místicas) el Espíritu
de Dios y la conciencia-espíritu han ido íntimamente unidos, la cultura, al menos la occidental, se ha movido desde hace más de dos mil años bajo el signo de la conciencia-razón. Si bien ésta no se contrapone a la conciencia-espíritu, sí puede convertirse en un obstáculo insalvable para la manifestación y desarrollo de 'esta última, cuando la 'conciencia-razón se erige en pauta y me-dida de la visión y vivencia de la realidad. Y bien puede haber sucedido que la era del Espíritu de Jesús como tiempo definitivo de la historia de la salvación haya coexistido con la era de la condencia-razón, no definitiva en la línea del desarrollo del hom-bre como colectividad. Fue quizá la intuición de Joaquín de Fio-re, que influyó notablemente en el idealismo alemán, aunque en éste la marcha del Espíritu hacia una progresiva autoconciencia tiene un tono panteísta que no existe en el abad cisterciense.
Otra cuestión es si los síntomas de que la Humanidad camina hacia una nueva época caracterizada por una nueva conciencia, la "conciencia espiritual", son por 10 mismo síntomas de que la Humanidad camina hacia la época del Espíritu de Jesús, mani-festado por primera vez en éste y a través de éste, y si, en un futuro que ya se presagia, se convertirá realmente en el impulso que guiará a la nueva civilización. La historia de la conciencia se ha ido desarrollando y sucediendo como desde su propio im-pulso, por una dinámica interna, en la que, al menos aparente-mente, no parece ser un elemento decisivo el suceso de Pente-costés. Las características que acompañan a la "conciencia 'espi-ritual", y la llegada a ésta, las encontramos maravillosamente realizadas en individuos y grupos que nada tienen que ver con
MATERIA, ESPÍRITU Y ESPÍRITU DE DIOS 155 el cristianismo. A la hora de diseñar hoy los rasgos de dicha conciencia, muchos creen incluso necesario rechazar lo que des-deñosamente se llama el "judeo-cristianismo" con su peculiar idea de Dios, como un hándicap insalvable en el camino hacia la "nueva humanidad". Se trata, en resumidas cuentas, del eter-no problema de la relación entre trascendencia e inmanencia, entre 10 universal humano y lo peculiar ,cristiano, entre la natu-raleza del hombre y la historia del hombre como historia de sal-vación.
Acerquémonos, pues, en primer lugar al espíritu como reali-dad inmanente, accesible a la ciencia y a la experiencia humana, para cotejar después esta realidad con el Espíritu trascendente de la Trinidad cristiana.
III. Materia y espíritu
La historia del pensamiento humano se ha dividido en ma-terialismo y espiritualismo o idealismo. Para el primero sólo exis-te la maexis-teria, y todo lo que pudiera aparecer como superior o irreductible a ella no es más que un epifenómeno de la misma. Para el segundo el espíritu es independiente de la materia, nace en otro mundo, y si coexiste en un ser humano no forma una unidad con el cuerpo (la misma doctrina aristotélico-tomista del alma como "forma sustancial del cuerpo" no logró superar el espiritualismo por el marco esencialmente dualista en que se movía y se siguió moviendo el pensamiento; la arraigada idea de la oposición entre materia y espíritu impidió sacar las conse-cuencias de tan acertada teoría antropológica: la "forma sustan-cial" devoraba a su materia-cuerpo).
El dualismo cartesiano que, admitiendo la realidad de la ma-teria ,y del espíritu, les separó radicalmente, preparó el camino al materialismo puro y a la separación cada vez más profunda entre las dencias positivas y las ciencias del espíritu, para per-juicio de ambas ,con sus trágicas consecuencias en nuestra civili-zación, que se empeña en seguir siendo cartesiana a pesar de los mismos datos de la ciencia que contradice cada vez más esa vi-sión. Es bien sabido que para Descartes hay dos entidades dis-tintas, irreductibles: el cuerpo, de una parte; el espíritu, de otra. El cerebro, concretamente la glándula pineal, es el lugar a través
de la cual obra el espíritu en el cuerpo, que por 10 tanto es, en cuanto tal, una máquina puesta en movimiento por una realidad externa a él, y a él accidental y extrínsecamente unida. La his-toria de la filosofía occidental nos da cuenta de los diversos in-tentos de e~plicación de la relación cuerpo-espíritu, y de las es-cuelas y tendencias antagónicas que fueron surgiendo después de Descartes. Para Hobbes todo se reduce a movimientos de la ma-teria. Las modificaciones físicas de la materia cerebral producen la conciencia; el pensamiento es sólo el resultado de una activi-dad puramente físico-química; el espíritu y el psiquismo, total-mente producto de estos mecanismos, no pueden tener una ini-ciativa directa; hay una subordinación total del espíritu a la ma-teria, puesto que es un epifenómeno de ésta. Su antagonista Ber-keley defenderá, por el contrario, que sólo existe la realidad es-piritual, y que lo que se llama "materia" es simplemente una mo-dalidad del espíritu.
El siglo XIX fue la época del materialismo mecanicista. Triun-fó la visión de Hobbes, llevada hasta sus últimas consecuencias. Hoy resulta insostenible científicamente tras los descubrimientos de la microfísica. Pero no por ello ha muerto todo materialismo en el campo de la ciencia: al materialismo mecanicista ha
sucedi-do el materialismo dialéctico, que se opone al anterior con tanta
fuerza y apasionamiento como las corrientes espiritualistas y re-ligiosas. Para el materialismo dialéctico (base del marxismo, co-mo es bien conocido) la materia sigue siendo la única realidad: todo es reductible a ella o a fuerzas enteramente sometidas a las condiciones materiales. Pero tiene otro concepto de la materia; seguidor de Darwin en su teoría de la evolución, y discípulo de Hegel en filosofía, Marx enseñó, junto con Engels, un. concepto de materia a la que es esencial e intrínseco el movimiento (Dar-win) y la dialéctica (Hegel): "Entre las propiedades innatas de la materia, la primera y más eminente es el movimiento, no sólo como movimiento mecánico y matemático, sino aún más: como
impulso, espíritu de vida, fuerza expansiva, como tormento -pa-ra usar una e~presión de Jacob Bühme- de la materia" 3. Para Marx es, pues, claro cuál es el principio que pone en movimien-to a la materia, pues el movimienmovimien-to es el principio mismo de la materia: se automueve; frente al "motor inmobilis" como causa
MATERIA, ESPÍRITU Y ESPÍRITU DE DIOS 157 primera Marx afirma que el principio supremo es el movimiento, y que éste equivale a la materia; no hay una causa primera, sino un principio que es impulso, poder, fuerza expansiva: la mate-ria. Es curioso comprobar cómo Marx coincide con la mística oriental (yen el fondo con todas las místicas), en la idea de la
materia
=
movimiento, y cómo, sin embargo, llega a conclusionesdiametralmente opuestas: para Marx la materia ha llevado siem-pre, y llevará la dirección de la evolución, mientras para los mís-ticos es el espíritu el que hace evolucionar la materia-movimiento
hacia la superación de todo movimiento y dualidad, es decir,
ha-cia el espíritu mismo, que así aparece como el corazón mismo de la materia. Pero sobre esto volveremos más abajo.
Resumiendo: el materialismo dialéctico, que es la expresión más moderna del materialismo, ve la realidad como materia en movimiento, y en movimiento dialéctico, es decir: en fuerza de su movimiento interno van apareciendo estructuras o formas nue-vas; caminando siempre hacia una mayor complejidad y organi-zación, en un determinado momento se produce una dialéctica o contradicción entre la forma anterior y el estado posterior de la organización material : como resultado de esa dialéctica o con-tradicción se produce un salto nuevo en la naturaleza; aSÍ, y por la misma regIa interior, al llegar la materia a un determinado grado de complejidad, se produce en ella el salto cualitativo que llamamos hombre; la energía humana, es decir, el espíritu, la
con-ciencia reflexiva, etc., son simplemente un producto de la materia supercomplejificada. Desde la aparición del hombre será éste, es decir, la materia humana, la que seguirá moviéndose,
evolucio-nando, y lo hará conforme a la ley dialéctica: las circunstancias sociales, la materia humana (que equivale a las relaciones socia-les, y éstas a la económicas) va evolucionando hasta que en un
determinado momento el choque con la forma social antigua pro-duce el saIto dialéctico hacia un nuevo tipo de sociedad; el espí-ritu humano, producto de la aparición de un cerebro en un de-terminado grado de evolución y reductible a él como organiza-ción material, es igualmente producto de las estructuras socia-les, es decir, de la materia-sociedad que aparece con el hombre y que sigue su camino evolutivo hasta producir el salto a la so-ciedad sin clases; no hay una "cara interior" del ser humano, no
h~y un "sujeto" que pueda percibirse y vivirse como tal; es una ilusión alienante; el hombre es sólo el conjunto de relaciones
80-158
ciales y en el cerebro sólo hay una imagen del mundo exterior, no una imagen de sí mismo.
La ley d~ complejidad-conciencia enunciada por Teilhard de Ohardin coincide en parte con la fenomenología científica de la materia profesada por el marxismo, en cuanto él comprueba co-mo paleontólogo la aparición simultánea de determinada orga-nización de la materia y de determinada energía hasta llegar a la energía humana, es decir, a la conciencia reflexiva o espíritu; también él constata científicamente que el hombre aparece en la marcha de la evolución cuando el cerebro ha llegado a un deter-minado grado de supercomplejidad. El espiritualismo no tiene ningún lugar en la fenomenología científica de Teilhard de Char-din; pero tampoco el materialismo. Aquél queda descartado, pues-to 'que el espíritu tiene un aspecpues-to orgánico y sin éste no hay espíritu humano; éste no se infunde desde fuera en un cerebro, sino que tiene unos mecanismos cerebrales que le hacen posible. Pero <tampoco el materialismo tiene lugar en el sistema teilhar-diana, puesto que las condiciones materiales y orgánicas del es-píritu no significan la reducción de éste a procesos fisiológicos, biológicos o sociales, sino que son la infraestructura del mismo sin ,confusión de planos 4,
A pesar de los reparos que se puedan hacer al discutido sabio jesuita, una cosa es cierta: en su visión de la realidad aparece por primera vez superado el eterno dilema de materia o espíritu para ser sustituido por la unidad de ambos sin confusión 5.
IV. El espíritu, motor de la materia
"En su conjunto, la Evolución, desde el electrón al hombre, es la historia de los fenómenos sucesivos que han hecho posible el nacimiento del pensamiento y de la conciencia. El fin último que se debía alcanzar era, desde el comienzo, no la forma
huma-4 Además de los escritos del propio Teilhard, disponemos hoy de una inmensa bibliografía sobre su pensamiento. Nos contentamos con citar aquí un librito que da una panorámica excelente, acompañada de gráficos muy clarificadores: G. LA
FAY, Teilhard de Chardin, Sintesis de SU pensamiento, Salamanca, 1967, 141 pp. Para la relación Marx-Teilhard, sus convergencias y divergencias, A. MONESTIER,
Teilhard 011 Marx, Paris, 1965, 115 pp_
'Es, en el fondo, el meollo del misterio cristiano por excelencia, la Encarna-ción: el inconfuse et inseparabiliter del Concilio de Calcedonia (451), que, a su vez, es el lenguaje paradójico en el que únicamente se puede expresar la realidad tal como es en sí misma: inmanente y trascendente a la vez.
MATERIA, ESPÍRITU Y ESPÍRITU DE DIOS 159 na, sino la Conciencia, el Espíritu" 6. Teilhard 10 dirá con otras palabras: "la evolución persigue un fin de naturaleza directa-mente personal", es decir, la evolución no es aleatoria ni casual; podemos decir que sabe donde va y que va por pasos sucesivos hacia donde sabe y quiere ir: hacia la aparición de la persona humana; y ésta es la aparición de una energía específica e irre-ductible a la materia ciega ,y determinista: la energía espiritual. Si "lo primero en la intención es lo último en la ejecución" bien podemos decir que la energía espiritual o el Espíritu es el motor de la materia y el dinamismo que la pone en movimiento hacia formas siempre superiores de conciencia; que las formas orgáni-cas son estructuras que se crea el espúitu para poder hacerse presente progresivamente, hasta que llega el momento de orga-nizar un cerebro que posibilite la existencia del espíritu propia-mente dicho.
Se achacará a Teilhard haber convertido así la fenomenología en metafísica o incluso en teología, pero él replicará que la afir-mación del Espíritu o conciencia personal como motor y prin-cipio de la materia, es decir, del movimiento evolutivo, es una conclusión, no de una determinada metafísica, sino de la feno-menología verdaderamente científica, es decir, de la visión del fenómeno de la evolución, y de la evolución como un todo; la ciencia verdaderamente tal es sintética y no analítica, puesto que la "realidad" (que es el objeto de la ciencia) es una unidad y una totalidad, y no puede ser desmontada, viviseccionada ni des-compuesta en partes con olvido del todo. Según la moderna física de los "quanta" existe "un Todo que no consta de partes, sino que al descomponerse en partes pierde su totalidad" 7. Así
su-6 P. LEcOMTE DU Noüy, La dignité humaine, citado por P. CHAUCHARD, en Fisio-logIa de la conciencia, Buenos Aires, 1960, p. 7. Paul Chauchard, uno de los prin-cipales neurofisiólogos de la actualidad, se convirtió al cristianismo, y concreta-mente al catolicismo, casi como consecuencia de los datos de la ciencia actual sobre el cerebro humano; digo casi, porque la conversión es una gracia de Dios, pero ésta obra a través de los aconteciroientos; Chauchard es un fervoroso teilhar-diano, que en muchas de sus obras busca expresamente confirmar el pensamiento del paleontólogo Teilhard con lo que hoy dice la neurofisiología del cerebro. Su libro El ser humano según Teilhard de Chardin, Barcelona, 1965, 229 pp., quiere ayudar a un juicio de credibilidad sobre el dogma cristiano desde la visión teilhar-diana de la evolución, confirmada, según él, por la ciencia neurofisiológica. Ha sido sobre todo ese libro el que nos ha servido para desarrollar las ideas que siguen; también su otro libro Zen et cel'veau, Paris, 1976, 156 pp., en colaboración con el monje Zen T. Deshimaru. Otro importante libro de P. Chauchard para una comprensión y recta orientación de una espiritualidad y moral cristiana desde la ciencia del cerebro es El dominio de si mismo, Madrid, 1966, 221 pp.
7 C. F. V. WEIZSACKER ,Biologische Basis der Glaubenserfahrung, O. W. Barth, s/l, p. 42.
cede en la propia organización atómica, y como en ella a escala cósmica. La ciencia positivista que ha dominado los últimos si-glos ha sido analítica y se ha convertido en inhumana, al ser forzosamente materialista. Hoy se adivina claramente la supera-ción de este falso concepto de ciencia y la recuperasupera-ción de un acercamiento a la realidad como totalidad; se hace así necesaria una relación ~ interdependencia de todas las ciencias como me-dio de construir una "ciencia integral" del hombre, a la que per-tenece esencialmente la dimensión "espiritual" que la ciencia positivista analítica le ha negado absurdamente 8.
El factor espiritual que precede a la organización progresiva de la materia hasta capacitar a ésta para ser mecanismo mate-rial del espíritu en sentido estricto, es llamado por Teilhard "ener-gía de centración" o "ener"ener-gía radial" frente a la ener"ener-gía tangen-cial, única que conoce la ciencia materialista. Mientras la energía tangencial está sujeta a la ley de la entropía y a las leyes de la termodinámica, y se va por ello degradando y dilapidando hasta que termine degradándose del todo, la "energía de centración", que es el factor que preside la organización y la integración de la energía tangencial, va en aumento; es decir, mientras la orga-nización progresiva de la materia se logra a base de un gasto energético que va degradando la energía del mundo y aumentan-do así la entropía, el factor organizaaumentan-dor, la "energía radial o de centración" no sólo no se degrada, sino que crece. Se da, pues, un principio organizador no reductible a la materia organizada; se da una energía de un orden distinto a la energía que conoce la ciencia positivista.
¿Es esa energía de centración una ilegítima intromisión de la fe en el campo de la ciencia? ¿Es una afirmación no cientÍfi-ca? Cada vez va siendo más claro científicamente la existencia
• W. HEISENBERG, DiálOgos sobre la Ffsica Atómica, Madrid, 1972: «Podemos aceptar plenamente los postulados de los pragmatistas y de los positivistas, que exigen esmero y exactitud en el estudio de lo particular y al mismo tiempo re· quieren extrema claridad en el lenguaje. Pero tenemos que prescindir de sus prohi· biciones, porque desde el momento en que no pudiéramos hablar ni pensar sobre las grandes interdependencias, habriamos perdido la brújula con la que podemos orientarnos rectamente» (p. 269). Digno de leerse todo este libro del Premio Nobel de Física para ver cómo el positivismo, que lleva forzosamente al materialismo, está definitivamente superado desde la más moderna fisica, y cómo lo espiritual y lo religioso tienen un puesto central en esta nueva perspectiva de la ciencia. Ellos son «el orden centrall), una expresión muy manejada por Heisenberg. Espe· cialmente importantes para el tema de lo «espirituall) son los capitulos «Primeros diálogos sobre las relaciones entre la ciencia y la religión» (pp. 103·116) Y «Positi· vismo, metafísica y religión» (pp. 254·269).
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MATERIA, ESPÍRITU Y ESPÍRITU DE DIOS 161 de una energía superior que no obedece a las mismas leyes que la llamada "materia", y cada vez es más universalmente acepta-do, no sólo que la materia es energía (hoy prácticamente dogma científico), sino que es la forma inferior de energía 9.
La visión sintética de la evolución como un todo descubre esa energía de ceníración que va creciendo, o con otras pala-bras, ese "interior de las cosas" (también terminología teilhar-diana) que puede verse ya en los organismos más inferiores (hay una bioconciencia), que progresa más y más conforme aumenta la organización material, y que llega en el hombre a ser verda-dera autoposesión de sí mismo como sujeto. Si bien es verdad que este último aspecto pertenece a la filosofía, también 10 es que la paleontología y la neurofisiología descubren el aspecto orgánico d~ la subjetividad o interioridad, o dicho de otra forma, descubren que la organización del cerebro humano lleva consigo un nivel de conciencia como realidad en sí misma y hacia sí mis-ma, que está pidiendo una metafísica no materialista que analice desde otra perspectiva el dato fenomenológico de la interioridad que acompaña a la integración orgánica humana y que ésta hace posible.
Podría parecer que la distinción entre energía de centración y energía tangencial, sujetas a distintas leyes, nos hace volver al dualismo materia-espíritu; pero no es así: se trata en realidad del interior de la materia misma que existe 'gracias al concurso
de dos energías polares y complementarias: la materia organiza-da sin la que no existe la interioriorganiza-dad, y la energía organizadora sin la que no existe la materia organizada 10. Ya no es posible 9 ({Desde una imagen materialista del mundo, que sólo reconoce la dimensión
de la causalidad físico-química, no pueden entenderse los sucesos históricos. Sólo el mundo pluridimensional del Espíritu, que incluye la dimensión de la materia, hace posible entender el inesperado fiorecer de la moderna ciencia natural y de la técnica... El Espíritu es el presupuesto de la materia... Desde el punto de vista de la ciencia natural es insostenible el primado de la materia... El cerebro es un producto del espíritu... Decir que el espíritu, la conciencia, no es otra cosa que un producto de la materia cerebral no es una conclusión de la ciencia natural, sino una afirmación de químicos, físicos y biólogos, que no han pensado hasta el final las ciencias naturales, y por eso no han llegado al principio» (MAx THÜRKAUF,
Die Triinen des Herrn Galilei, Ztirich, 1980, pp. 23-24). El autor, profesor de l!'ísico-Química en la Universidad de Basilea, quiere demostrarnos que la ciencia moderna da la razón a la religión, y concretamente al cristianismo.
10 Hoy se va comprendiendo la afirmación de los yoguís de que la forma visible
de nuestro cuerpo es el resultante de un dinamismo organizador que, a través de esa forma por él constituida, busca un objetivo y una fioalidad. Nuestro cuerpo es la expresión de una voluntad que determina un estilo y dirección de la vida: la energía gobierna, dirige la forma exterior; la forma exterior manifiesta orgáni-camente la energía. Y esto era en ellos, no una teoría, sino una experiencia nacida de la interiorización; de ahí que su camino espiritual estuviera prientado a que
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hablar de espíritu y materia, y menos aún de espíritu o materia; hay que hablar de la espiritualidad de la materia y de la
mate-rialidad del espíritu. Las fronteras entre materia y espíritu se di-luyen sin posibilidad de reducción del uno a la otra y viceversa, y también sin posibilidad de separación; pero igualmente sin po-sibilidad de 'confusión: son dos aspectos de una misma realidad. El espíritu es carnal (le son esenciales unos mecanismos cerebra-les, orgánicos) y la carne es espíritu (la organización material del cerebro es al mismo tiempo interioridad, espiritualidad), pero .el
espíritu no se confunde con el aspecto orgánico, ya que es el or-ganizador de éste, ni el aspecto orgánico se confunde con el espí-ritu, ya que es consecuencia o expresión del mismo. Pero al mis-mo tiempo el organizador y el organizado son una sola realidad inseparable, sustancialmente una sola realidad, y no sólo acciden-talmente unidos.
El alma como "forma del cuerpo" de la doctrina aristotéli-co-tomista aparece hoy como la filosofía más conforme a la cien-cia, con tal de que dicha filosofía incorpore los adelantos de la neurofisiología moderna, que librará a aquella doctrina del dua-lismo y extrinsecismo que supone la clásica "infusión del alma" en .el cuerpo. La fenomenología científica o energía ,espiritual, existiendo y desarrollándose gradualmente con el desarrollo de la materia desde ~l comienzo de ésta, aunque como "motor" de ésta. Si hay una diferencia específica entre el psiquismo animal y el psiquismo humano, también es verdad que hay una continui-dad, y no una ruptura, entre los dos; se da una continuidad-discontinuidad en el desarrollo orgánico y por lo mismo en el desarrollo del psiquismo o conciencia, y siempre hacia planos superiores 11.
v.
La "energía espiritual" y el cerebro del hombre"Desde el origen de la vida, la evolución marchó siempre hacia un cerebro más grande, hacia más conciencia y espíritu" 12.
el cuerpo visible fuera la trasparencia del espiritu interior, y de que aquél fuera un instrumento al servicio de éste. Lograron una unidad entre cuerpo y espiritu que el dualismo de la espiritualidad occidental no logró; es preciso reconocer.Jo, aunque duela. Otra cosa es que la espiritualidad occidental, corregido su dualismo, pueda ser más rica que la oriental por su carácter más personalista e histórico.
11 P. CHAUCHARD, El ser humano según Teilhard de Chardin, especialmente pp. 54-97.
MATERIA, ESPÍRITU Y ESPÍRITU DE DIOS 163
Hace unos cincuenta años se descubrió que tenemos los si-guientes cerebros:
1. El cerebro primitivo, heredado de los vertebrados infe-riores (peces, ranas, reptiles). Es el cerebro del instinto, y regula el neurovegetativo y el sistema endocrino.
2. El cortex primitivo, heredado de los mamíferos. Es el cerebro de la afectividad: las pulsiones puramente instintivas del cerebro primitivo, reptiliano, se cargan ahora de energía afecti-va. Así, por ejemplo, la pulsión sexual del cerebro reptiliano está acompañada ahora y regulada por el afecto maternal.
3. El neo-cortex o cerebro noético: es la sede del pensa miento, de la transformación de informaciones, de la inteli:gencia.
4. El cerebro prefrontal: en él culmina la evolución bioló-gica del cerebro humano. Cuando éste llega a su volumen ver-daderamente humano (1.500 cm3
) con el hombre del
Neander-thal, sigue, sin embargo, desarrollándose la región prefrontal, que termina con el hombre del ero-magnon (homo sapiens). Este cerebro tiene una función ética, religiosa, espiritual, necesario vi-talmente para el organismo humano.
Estos cerebros están superpuestos, integrados y jerarquizados: el prefrontal dirige el cerebro del conocimiento-inteligencia, éste regula el cerebro afectivo, .Y éste finalmente el instintivo. Descom-poner al hombre en instinto, afecto e inteligencia es desintegrar-le, como desintegrarle es pretender que la coordinación y jerar-quización de los diversos cerebros sea hecha desde el cerebro o nivel de los instintos. El hombre es una integración y no una composición o juxtaposición de cerebros o escalas animales; y esa integración, o 10 que es 10 mismo, ese todo organizado, no compuesto de partes ni divisible en partes, proviene del celebro superior o prefrontal y de la energía que le es propia y especí-fica: la energía amorosa o espiritual.
El cerebro prefrontal es, pues, el órgano específicamente hu-mano, el que distingue radicalmente al hombre del animal; éste llega en ciertos primates como los antropoides a un desarrollo relativo de la inteligencia, pero es incapaz de toda reflexión, de todo sentimiento ético, espiritual o religioso.
Que el prefrontal no es el cerebro de la inteligencia en sen-tido estricto se hace evidente al menos por dos razones:
1. En las operaciones de lobotomía, en las que se destru-ye a los enfermos mentales la región prefrontal, la inteligencia no sufre modificación.
2. La inteligencia depende de la máquina de pensar del ce-rebro sensorial y motor, que se aprende a utilizar con el
lengua-je. Ahora bien, han fracasado todos los esfuerzos por localizar en el prefrontal funciones sensomotoras (está situado ante el área motora).
Si, pues, el prefrontal no tiene funciones cognoscitivas pro-piamente dichas, y por otra parte es la última etapa del
desarro-llo del cerebro humano, dado el sentido ascendente de la evolu~·
ción habrá que buscar en él, o unida a él, una energía superior a la cognoscitiva; y habrá que ver en esa energía la energía espe-cíficamente humana 13.
La neurofisiología nos dice que la región prefrontal "es la zona de integración suprema del individuo que da a la persona su verdadera dimensión: unifica y coordina el cerebro primitivo
instintivo-afectivo y el cerebro noético del lenguaje y la reflexión para darle un poder de juicio y búsqueda de lo que le conviene
hacer para el futuro 14.
Es, pues, el cerebro de la síntesis, de la coordinación y del equilibrio entre 10 instintivo-afectivo y 10 racional, reconciliando la sabiduría y la pasión. El hombre no es, ni fría razón (repre-siva, cuando es fría, de las más ricas e indispensables vivencias humanas), ni pura afectividad o sentimentalismo (que hace del hombre un títere de sus estados emocionales), sino unión viva de razón y afectividad en un nivel superior, que orgánicamente
está condicionado por el cerebro prefrontal.
Esta coordinación entre las diversas energías del hombre,
cuya infraestructura orgánica está constituida por los diversos cerebros inferiores al prefrontal, da como resultado la energía amorosa, el amor humano verdaderamente tal. De ahí que se l ' Al hablar aquí de función cognoscitiva nos referimos a la función de trans-formación en el cerebro de las sensaciones en pensamiento lógico, matemático. Hasta ahi llego Pavlov con sus reflejos condicionados; pero hasta ahí llega tam-bién el cerebro electrónico, que sin embargo no es un hombre. La lógica y la matemática humanas tienen su fuente y sentido en un conocimiento más profundo, del que hablamos después; de otra forma, el hombre no se diferencia sino en apa-riencia de un robot. Los números fueron antiguamente expresión de la «armonía de las esferas)) (Pitágoras) y de la «ley interior)) del universo y del hombre. Nuestra lógica matemática es muy pobre al no ser expresión del espíritu.
MATERIA, ESPÍRITU Y ESPÍRITU DE DIOS 165 puede y deba definir el cerebro prefrontal como el cerebro del amor o del corazón en un sentido auténtico y superior 15.
Es, por lo mismo, el órgano a través del cual el hombre es un ser verdaderamente libre, es decir, responsable, capaz de dominio y dirección de su conducta y energía. De él le viene la inquietud por el futuro, la voluntad reflexiva del bien, el anhelo espiritual. Mientras la destmcción del prefrontal no modifica, como dijimos, la inteligencia, convierte en cambio al que ha sufrido esa operación en un ser sin voluntad, sin do-minio, sin equilibrio, que pasa de arrebatos afectivos infantiles a estados de total indiferencia.
VI. El espíritu humano y la intuición
Si quisiéramos definir el "espíritu" del hombre frente al ma~
terialismo y al espiritualismo, podríamos hacerlo más o menos así: es la capacidad de amor que existe en el hombre y sólo en él, dentro de la escala de los seres que pueblan la tierra. Esta capacidad de amor funciona a base de tres elementos esenciales: el instinto, la afectividad y la inteligencia, integrados y jerarqui-zados desde una región superior a los tres elementos o capas, en la que todos ellos forman una rica unidad. Esa región, orgá-nicamente condicionada y posibilitada por el cerebro prefrontal, está más allá de la razón, sin serle contraria: es la región de la intuición. La unidad de los niveles del hombre, y por tanto la intensidad, profundidad y autenticidad de la capacidad amorosa, dependen del desarrollo de la intuición, y ésta a su vez depende del desarrollo del cerebro superior del hombre; el descubrimiento de las ondas cerebrales y su relación con los estados de concien-cia nos confirman de nuevo la unidad de materia y espíritu.
Tenemos dos estados de conciencia diferentes. Uno de ellos, el normal, tiene como finalidad nuestra supervivencia biológica en el planeta tierra, y está dirigido al conocimiento de nuestro mundo. En esta conciencia dominan las leyes de la lógica, el método analítico y la diferencia y separación entre los objetos de la percepción. Pero este estado de conciencia no es el único posible. Con ella conocemos sólo un determinado mundo, el mun-do de nuestros sentimun-dos y nuestros condicionamientos. Vemos las cosas, no como son, sino sólo como nos permite nuestro sistema
nervioso percibirlas. Pero hay otro estado de conciencia que rom-pe la función de filtro de nuestro sistema nervioso (función que sólo permite que pase a nuestra conciencia una pequeña parte de la realidad), y nos permite percibir la realidad de forma nueva y como es en sÍ, de forma directa. En esta conciencia no rige la lógica normal en la que A es distinta de B, sin;o la lógica para-dójica en la que A es igual a B, retrocede el pensamiento ana-lítico y pasa a primer término el sintético, que capta la unidad y comunidad de la realidad toda. Esta conciencia está en cone-xión con nuestra capacidad de intuición frente a la capacidad del juicio racional que sigue las leyes de la lógica normal. Ambas conciencias tienen su objetivo y justificación, y ambas son nece-sarias para el desarrollo espiritual del hombre; pero el anclaje en la conciencia racional esclerotiza la realidad y, por tanto, al hombre mismo, cuya vocación es construirse por la apertura a la realidad total 16.
El hombre no equivale a su pensamiento lógico, ni se define por su actividad pensante. Esta perspectiva tiene su primera y más famosa expresión en el principio filosófico de Descartes, con
el que se inaugura el racionalismo: "pienso, luego existo". Pero los grandes espirituales han descubierto en su propia experiencia que el hombre debe definirse desde la realidad que ellos han pal-pado como algo que supera el mundo del pensamiento y es al mismo tiempo su fuente; esa realidad puede excpresarse, en una terminología válida para todas las culturas,con el nombre de "el Ser". En lugar del "yo pienso, luego existo", hay que decir: "yo soy, luego pienso". No hay un verdadero pensar sino desde el encuentro y la experiencia del ser que sustenta el pensamien-to. A ese ser es preciso llegar desconectando y superando pro-visoriamente nuestro normal mundo mental, que es reflejo de una captación falsa o al menos estrecha de nuestra realidad y, por tanto, de la realidad de las cosas. Esta experiencia del Ser mis-mo, repitámoslo, está más allá del mundo del pensamiento lógico y no es de ninguna manera deductible desde él; incluso el
pen-16 Los estudios sobre la «asimetría cerebrab) parecen llevar a la conclusión de que <<Uno de nuestros hemisferios, el no dominante y quizá el lóbulo frontal del otro, no se atiene al pensamiento de la lógica secuencial, la que crela eran cosa del demonio las visiones de Santa Teresa, sino que se rige por una lógica distinta que rechaza el principio de contradicción que funciona con slmbolos y metáforas»), J. ROF CARBALLO, en ABe, 15, lO, 1982, p. 3. Recuerda también en este articulo Rof Carballo la idea de Nicolás de Cusa, el «conocimiento del no conocer», la «docta ignorantia», y el comentario de Karl Jaspers a ese idea del Cusano: «Esto no fue una idea, sino el comienzo de una nueva manera de pensar».
MATERIA, ESPÍRITU Y ESPÍRITU DE DIOS 167 samiento lógico se convierte en un impedimento absoluto para la experiencia del Ser cuando, en vez de considerarse y funcionar como instrumento y expresión del Ser, se arroga a sí mismo el derecho de identificarse con el ser: yo pienso = yo soy, y de
de-finirse a sí mismo y a la realidad toda como lo pensable en cuan-to pensable (racionalismo). Es así como puede llegarse, y se ha llegado, a una filosofía incapaz de resolver la cuestión del ser; una filosofía que dogmatíza afirmando que tal cuestión es un pseudo-problema propio de los tiempos pre-científicos. Con ello la filosofía, que debiera ser liberación humana, abandona al hom-bre al sinsentido de su existencia, al absurdo, y con ello a la desesperación. Esa filosofía rechaza a priori, en nombre de su infalibilidad, la realidad innegable de las experiencias místicas que palpan el ser trascendente al pensamiento lógico 17.
Hay muchos síntomas de que la época (tan gloriosa por otra parte) del pienso = soy, es decir, del racionalismo, está tocando a su fin, para dejar paso a la época de la apertura y ensancha-miento o, más exactamente, intensificación de la conciencia que
debe librarnos de las obstrucciones inconscientes que sufren nues-tras formas de pensar; una apertura e intensificación de la con-ciencia que nevará al aprecio y experiencia de la realidad esen-cial, y con ello de la realidad espiritual; parece que a la etapa
del pensamiento ilustrado quiere suceder, en la historia de la
evo-lución de la conciencia, la etapa del pensamiento iluminado;
aquel, propio de la época racionalista, se caracteriza por el sen-timiento exagerado de individualidad, por el sentimiento del "ego" (a nivel individual, de grupo, de naciones, de ideologías, de re-ligiones, etc.), mientras el pensamiento iluminado, propio del
misticismo, se caracterizará por el sentimiento de universalidad
y unidad, más allá de cualquier tipo de "ego".
La experiencia del Ser corresponde al pensamiento o con-17 Proliferan hoy los científicos que son al mismo tiempo filósofos de la ciencia, y que llegan desde el estudio del átomo y subátomo al Ser, acercándose así a las experiencias y expresiones de los místicos. La Física más moderna confirma cada vez más que la vivencia más acorde con dicha ciencia es la vivencia mística, en la que se hace realidad en el hombre la (<unidad)) del Universo que la ciencia descubre. Cfr., por ejemplo, THEREsE BROSSE, Conciencia-Energ!a, Madrid, 1981, 353 pp. Magnífico libro, fruto de toda una vida. Tiende, sin embargo, de forma evidente a una puro vedantismo, y ve en la filosofia y mística vedanta la única expresión adecuada de los datos de la microfísica actual. Así es forzoso inclinarse por una mística panteísta-cósmica. Es, por otra parte, la inclinación de muchos de los científicos que han visto la unión entre ciencia y mística. La mística cris-tiana se encuentra aquí con un desafio en cuanto criscris-tiana, centrada en un Dios personal.
ciencia intuitiva, porque la intuición es una captación inmediata
de la realidad (de sí mismo y de toda otra realidad) independien-te de por sí del trabajo del pensamiento racional y sin mediación de él, con un aparecer repentino de conexiones e ideas antes des-conocidas; es un contacto fronterizo, un rayo o irrupción de una luz más alta, con la fuerza de una visión reveladora.
La intuición lleva consigo la experiencia y apetencia de infi-nita; pero la intuición llega sólo de una forma plena cuando el
pensamiento racional o lógico llega a una limpieza plena y a un total silencio; cuando ha sido sustituida su actividad por una
in-candicianal apertura a la verdad que está en la base del
pensa-miento, y que, 'como tal, no se piensa, sinO' que se recibe. Llegados con la intuición a la base del pensamiento (ella es esa base), éste vuelve a nacer en el hombre de manera totalmen-te nueva, como expresión que es de una experiencia totalmentotalmen-te nueva, que, a su vez, no es más que la recuperación del contacto con el origen y la fuente, desde los que únicamente puede correr el agua pura de unos pensamientos, sentimientos y quereres ver-daderamente humanos. La "creatividad", poder exclusivo del hombre en la escala de los seres terrenos, se hace realidad tanto más cuanto más el hombre se acerque al estrato de la intuición. Hay una equivalencia entre nivel del espíritu, nivel de la in-tuición y nivel de la creatividad ("creator Spiritus").
VII. Espíritu del hombre y mística cristiana
Sólo una breve referencia a este tema. El que lea al Maestro Eckhart, a San Juan de la Cruz, a Santa Teresa, y en general a todos los místicos cristianos que nos han dejado una exposi-' ción de los diversos grados de la vida espiritual, podrá compro-bar que, aparte de usar la palabra espíritu en un sentido general, cuando quieren aquilatar su significado propio le identifican con "el centro de nuestra alma", con "la parte superior del alma", con "la sustancia del alma". Ello significa un núcleo interior más allá de las "potencias del alma". A ese núcleo se llega sólo por
el trascendimiento (progresivo, salvo excepciones) de la vía dis-cursiva, es decir, de la conciencia racional. Y sólo en ese núcleo el hombre llega a la purificación del amor de toda sombra de egoísmo. Ese núcleo es también el lugar del conocimiento
intui-MATERIA, ESPÍRITU Y ESPÍRITU DE DIOS 169
tivo, y por lo mismo el único en que es posible la fe en un sen-tido estricto, ya que el discurso humano está incapacitado para captar en su verdadera realidad el contenido de dicha fe, y la voluntad que sigue al discurso humano es igualmente incapaz de abrirse a su mensaje. Dios es la realidad que ni se puede cono-cer, ni se puede hacono-cer, o con palabras que expresan más exac-tamente el significado de esta afirmación: sólo se conoce a Dios trascendiendo todo conocimiento primordialmente activo, racio-nal, y sólo se abre la voluntad a Dios trascendiendo toda volun-tad primordialmente activa y racional.
El que llega al estrato del espíritu, al núcleo interior, llega al fondo donde nace en el hombre un pensar racional y una vo-luntad esencialmente receptivos y canalizadores de la verdad y el
amor, o mejor, de la realidad amorosa que se abre al
conoci-miento y a la voluntad intuitivos más allá y más adentro que el estrato en que la razón se erige en fuente y criterio de verdad y la voluntad en fuente del bien y del amor; la consecuencia de este despotismo del conocimiento y voluntad racionales es una represión del conocimiento y el amor que sale del "misterio" mismo de la realidad, de Dios, y penetra sólo en el hombre que calla su actividad para recibir eso que su actividad no puede hacer, sino sólo recibir. En los tratados sobre la vida espiritual siempre se juntó la ascética a la vía discursiva, al voluntarismo y a las virtudes primordialmente activas, mientras se caracterizó la mística por la contemplación (= conocimiento intuitivo "ca-llado el entendimiento"), los dones y la iniciativa del Espíritu Santo, que no quitan espontaneidad al místico, sino todo 10 con-trario, pero que suplen la "iniciativa", o 10 que es 10 mismo, el papel dirigente de la razón; ésta ya no es dirigente, sino dirigi-da; y no es por ello destruida, sino hecha verdaderamente racio-nal, ya que la base de la razón es la intuición 18.
Por lo mismo, el lugar del hombre en el que habita, se hace
,. Puede leerse el precioso capítulo «Meditación, terapia y energía pasiva», en W. JOHNSTON, La música callada, Madrid, 1930, pp. 171·132, as! como los tres si· guientes. Es ya innegable el lugar irreemplazable que ocupa en la vida humana la actitud contemplativa, si de verdad quiere ser vida humana (a nivel Individual y social). Pero actitud contemplativa no equivale a determinados métodos de me· ditaclón, ni siquiera al camino de la meditación; se puede ser contemplativo en la acción (aunque no cabe duda que el fomento de la postura contemplativa en el ejercicio meditativo o en la acción litúrgica es una gran ayuda para vivir esa misma postura en la vida ordinaria); una ayuda hoy imprescindible.
170 SANTIAGO GUERRA
presente, y actúa el Espíritu Santo en un sentido estricto, es el centro del alma, es decir, el espíritu del hombre; los místicos
ha-blarán de unión de espíritu a espíritu 19.
VIII. Espíritu humano y Espíritu de Dios
Otros tratan en este número de la Revista el "Espíritu de Dios" en cuanto tal; a nosotros nos toca solamente señalar su relación con el espíritu humano.
El "Espíritu de Dios", presente en el Antiguo Testamento, se hace realidad plena en el mundo a través de Ia persona de Jesús; es el Espíritu de la época escatológica. La etapa de la ley (el Ley") es superada por la etapa de la "gracia" (el "Dios-Espíritu"). Hay en el Nuevo Testamento, y de forma aún más especial en Juan y Pablo, una equiparación entre el "amor" de Dios, el "Espíritu" de Dios y la "gracia" de Dios. El "amor" no es, por tanto, ante todo un acto de la voluntad humana, sino Dios mismo donado gratuitamente al hombre; el hombre históri-co es hijo de Dios, y por tanto es una realidad amorosa
consti-tuida por el amor de Dios participado de forma creada. El Reino de Dios predicado por Jesús, que es el Reino del Espíritu frente
a la Ley, no es objeto de conquista o de pura acción, ni siquiera es ante todo acción humana o efecto de la acción humana; el
Reino del Espíritu de Jesús hay que "recibirlo" como un niño, y sólo así se puede entrar en él (Le. 18,17). El "Dios-Espíritu" no es compatible con la moral del héroe, con la autorredención y autosalvación por la ascética o por la fuerza de voluntad, con la justificación por las propias obras, con la moral prometeica. Todo esto incluso es "el pecado" por antonomasia. El cristiano no puede ser definido ante todo como "el que ama", sino como
el que se considera a sí mismo como destinatario y receptor de un amor que él debe hacer transparente en el mundo sin ningún sentimiento de propiedad, de "ego"; es sólo un canal.
Si repasamos lo que hemos dicho en este estudio sobre el "es-píritu" del hombre, no necesitamos acudir a sutilidades ni empe-ñarnos en buscar coincidencias inexistentes, pues son bien evi-19 «En la unión del matrimonio espiritual... queda el alma, digo el esplritu
de esta alma, hecho una cosa con Dios, que es también espíritu)) (Santa Teresa, Moradas séptimas, 2, 3).
MATERIA, ESPÍRITU Y ESPÍRITU DE DIOS 171 dentes: el "espíritu" del hombre es éste como energía amorosa orgánicamente condicionada por el prefrontal; éste es el 'cerebro del amor o del corazón; a su espíritu, es decir, a su propia rea-lidad como amor se acerca el hombre tanto más cuanto más tras-ciende el campo de lo racional-volitivo, que es el campo del
"ego", es decir, el estrato en que el hombre está doIninado por la sensación de ser él el autor de su conocimiento y de su buena acción; el hombre llega a ser verdaderamente energía amorosa cuanto más se acerca al "corazón", que en las más diversas cule
turas es el símbolo del conocimiento y amor intuitivos 20, que no
son producto directo del razonamiento o del voluntarismo, sino que irrumpen en el hombre en actitud de receptividad,
Amor, amor que se recibe, amor que anida más allá del hom-bre como principio de acción, son características comunes al es-píritu del hombre y al Eses-píritu de Dios en el hombre. La ley y el estrato racional-volitivo, cuando se arrogan la primacía, son el mismo error : encierran al hombre y a la sociedad en sus "egos": justificación por las obras (Ley), o el hombre actor y constructor de su propia vida desde su razón y voluntad; no que-da ningún sitio a la "gracia" en el hombre cuya base es la Ley; no queda una realidad más amplia que él mismo a la que abrirse y por la que dejarse penetrar en el hombre cuya norma de ver-dad es su razón y cuya fuente del bienes la activiver-dad de su vo-luntad; no queda sitio para el "misterio" que en el fondo es, no sólo Dios, sino también el hombre; no queda sitio para la recep-tividad, para la intuición del corazón, y consiguientemente no queda sitio para llegar al corazón mismo de la realidad; el hom-bre permanece preso de sus obras y de su mente, y con ello en-cierra al mundo en una vivencia de la realidad que termina apa-reciendocomo absurda y sin sentido.
La Sagrada Escritura, el Nuevo Testamento, no hablan de las capas de conciencia que el hombre ha de recorrer para llegar a ser lo que es: espíritu y amor o espíritu de amor. La Biblia sitúa en primer plano el "acontecimiento" del Espíritu de Dios tras-cendente al mundo; pero la inmanencia real y no sólo verbal de Dios y su Espíritu deben llevarnos a no separar el espíritu hu-mano y el Espíritu divino. Si podemos y debemos decir que el 20 «Adiós -dijo el zorro-o He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojoS». A. DE SAINT-EXUPÉRY, El Principito, Madrid, 1978, p. 87.
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espíritu del hombre es participación creada de Dios como Espí-ritu o Amor, evitando todo panteísmo en el que el hombre mismo es lo divino, y rechazando por otra parte toda imagen materia-lista del hombre, también debemos decir que el Espíritu Santo tiene su lugar propio en lo que es propiamente el hombre: en el espíritu, en el corazón, en el interior, en el centro del alma. Es-píritu de Dios y conciencia espiritual del hombre forman una unidad.
Es cierto que el Espíritu Santo es en el Nuevo Testamento esencialmente el Espíritu de la Comunidad, y que ésta está en primer término, no el "interior" del hombre; que el misterio cris-tiano es la salida hacia el mundo del Padre por el Hijo en el
Espíritu, y no el regreso al interior, al origen, al estrato no mun-dano, o pre-mundano del hombre; pero es, por otra parte, evi-dente en Juan .Y Pablo la "inhabitación" trinitaria o del Espíritu en lo profundo del corazón, donde ha sido derramado (en con-traposición a la etapa de la Ley -razón autojustificadora); y es cada vez más claro que un mundo integralmente humano, es decir, de espíritus, de corazones, de amor en un sentido autén-tico, sólo puede hacerse desde los hombres espirituales que han superado su "ego" (que ése es el hombre "espiritual").
"Hombre espiritual" y "hombre interior" pueden ser térmi-nos sospechosos en nuestra época legítimamente obsesionada con el cambio de estructuras injustas; pero puede ser igualmente sos-pechoso el "hombre social" y el "hombre revolucionario" para el que está convencido, y aún más, tiene la experiencia de que, a pesar de ser el hombre esencialmente sociedad, la fuente de la sociedad es el "polo interior" irreductible a cualquier estruc-turacolectiva, por justa que ésta sea; un "polo interior" que posibilita al hombre "ser él mismo" y sentirse referido a una instancia suprema infinita, personal y personalizante, fuente de su propio ser y del ser de todos los hombres, que así son vistos en toda su riqueza y pluridimensionalidad,en su "misterio" ina-barcable, y que así son contemplados como comunidad de perso-nas (y no como colectividad anónima). El amor interpersonal ,y
horizontal, si es verdaderamente tal (y sólo puede serlo si es amor al hombre como persona, o lo que es lo mismo, como "mis-terio" al que abrirse), sólo es posibilitado por la propia apertura al misterio origen y base del misterio del hombre. Sólo hay dos perspectivas para el futuro del mundo: o la "amorización" de
¡---I
MATERIA, ESPÍRITU Y ESPÍRITU DE DIOS 173 la sociedad desde un cultivo del hombre y un progreso humano
conforme a las estructuras y leyes inscritas en su cerebro espe-cifico (así Teilhard con su "noosfera" y su "energía psíquica" o de "centración") o el "morir de solo pan" del hombre unidi-mensional del colectivismo marxista o del liberalismo capitalis-ta; en ese hombre las realidades del amor, la libertad, etc., se quedan en la superficie, no alcanzan su cumbre porque no han conectado con su fondo y origen 21.
Finalmente: el "espú·itu" del hombre forma una unidad con el cerebro específico, superior, del hombre; y este cerebro no es el represor de los otros cerebros (ciencia, afectividad e instinto), sino su coordinador, integrador y jerarquizador. Por ello el Es-píritu de Dios, fuente del esEs-píritu del hombre e inmanente a él, está en íntima relación con el desarrollo del hombre integral que es consecuencia del desarrollo del cerebro coordinador. Sólo así podrá superarse la dicotomía materia-espíritu, Dios-mundo, hu-manismo-cristianismo. Espiritualidad de la materia ,y materia-lidad del espíritu, espirituamateria-lidad del cerebro y consiguiente edu-cación cerebral, eduedu-cación física de lo espiritual22
: he aquí las
bases del "hombre espiritual" del futuro, que por 10 mismo será un "hombre místico"; espiritualidad y misticismo que nada tie-nen que ver con el "hombre espiritual" al que se ha identificado con el devocionista sentimental, con el espiritualista desencar-nado de la comunidad humana y su desarrollo, con el que tiene como ideal un angelismo desencarnado de la afectividad e ins-tintos humanos, o lo que es prácticamente 10 mismo, con el as-ceta voluntarista y, por tanto, represor, que no integrador y coor-dinador de sus ricas y variadas posibilidades humanas. Sólo el estrato del espíritu es capaz de jerarquizar, coordinar e integrar, y por eso sólo él es capaz de dar como resultado el espiritual integralmente humano. Pero, repitámoslo una última vez, el espí-ritu es también materia en cuanto tiene un aspecto orgánico del que él mismo es el organizador, no desde fuera, sino desde
den-21 Cfr. D. SOLLE, Viaje de ida, Santander, 1977, cap. 1: «Morir de solo pan», pp. 7·20. En cuanto a la no reducción de la persona humana a la relación social, y la exigencia de una instancia interior no identificable con ella, cfr. la obra del psicoanalista, discípulo de Jung, CH. BADOUIN, De l'instinct a ¡'esprit, NeuchRtel, 1970, especialmente cap. XVI: L'accord intérieur. Passage a l'Éthique personnelle,
pp. 268-292; Y la Conclusión, pp. 293-305. «Nuestra psicología suministra los mar-cos de un estudio posible de la vida mística y puede por otra parte recibir de la experiencia de los místicos luces propias para esclarecer las estructuras que ella describe» (p. 295). Queda ya muy lejos el inconsciente materialista de Freud.
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tro de la misma materia: viviéndose a sí mismo desde la materia,
y~n la materia y con la materia, pero siendo su dirigente y no su súbdito o, mejor, su esclavo. Recuerde también el espíritu que la materia es su súbdita, pero no su esclava. El espíritu que es-claviza la materia en vez de coordinarla es un falso espíritu que reprime, no simplemente la materia, sino la energía espiritual
interna a la materia: se reprime a sí mismo, y así no es posible un verdadero desarrollo -espiritual 23.
La división entre espiritualistas ,y materialistas a través de toda la historia prueba, entre otras cosas, qué fácil es la tenta-ción de canonizar dos errores( espíritu sin materia y viceversa) y qué difícil la integración jerarquizada de ambos, En vista de esa dificultad unos (espiritualistas), sin duda los más nobles y elevados, optaron por el "dominio de las pasiones", entendido como ascética represora de fecundas posibilidades humanas, y otros (materialistas) decidi'eron vivir conforme a aquellos versos del poeta: cada vez que yo recuerdo -que me tengo que morir-echo la manta en el suelo -y no me harto de dormir.
¿Será una utopía la amorización teilhardiana a escala plane-taria? En todo caso esa amorización es nada menos que la vo-cación del hombre como persona-comunidad, es sencillamente su futuro, y por ello la propia razón de existir de la humanidad y la dinámica secreta que la impulsa a seguirse moviendo, es cir, existiendo, a pesar de todo. Esa utopía es finalmente el
de-sarrollo de las leyes de su cerebro. ¿Por qué entonces no ha de ser posible? ¿Por qué entonces lo elemental y natural se ha con-vertido -en ideal imposible? ¿Por qué el hombre no va a ser capaz de usar correctamente su cerebro? Confiemos en que sí, y en que por tanto algún día la utopía coincidirá con la realidad misma, y ésta con la vocación y el mensaje cristiano.
Parece también llegado el tiempo de acercar e incluso unir los conceptos de naturaleza e historia para bien de los dos. El espíritu humano y la conciencia espiritual se identifican en de-terminadas corrientes, especialmente orientales, con una concep-ción puramente cosmocéntrica del hombre: la conciencia espiri-tual equivale a la fusión con la naturaleza y el cosmos; el hombre es una parte del cosmos, un microcosmos; no hay un hombre 23 «Es preciso hacer descender a los espiritualistas del cielo para reencarnarles
mostrándoles que el espíritu no tiene sentido sino como motor ascensional de la materia, de la que no se le puede separan>. P. CHAUCHARD, ibídem, p. 79.